El desencanto de las renovables en España

admin 7 de febrero de 2013 0
El desencanto de las renovables en España

Cuando en 1979 el joven ingeniero Enrique Alcor tocó el primer panel fotovoltaico que veía en su vida, no sabía para qué servía. Su jefe lo había traído de una feria profesional en Washington: «Lo llevé al coche, enchufé una bombilla y desde entonces no he dejado de dedicarme a la fotovoltaica». Eran los años de la segunda crisis del petróleo, el empleo escaseaba y Alcor se lanzó a montar la empresa dedicada a este sector Elecsol, que luego se convertiría en Atersa, hoy convertido en el  fabricante de paneles solares más importante en España.

La compañía importaba paneles de Estados Unidos para llevar electricidad a las viviendas de modo aislado, sin conexión a la red. «Ahora parece lejano, pero España contaba entonces un censo de 200.000 viviendas sin electrificar. “La fotovoltaica llevó luz a familias que no habían tenido electricidad en varias generaciones” señala Alcor

En los ochenta casi nadie de aquellos pioneros utópicos pensaba que en apenas veinte años las energías renovables apuntalarían una alternativa a la importación de gas y crudo y se convertirían en un sector industrial.

«A raíz de la crisis del petróleo siempre hubo apoyo de los sucesivos Gobiernos porque España era una isla energética y las renovables aportaban recursos propios», comenta Alberto Cefia, un histórico de la eólica en España que estuvo en el origen del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). Este organismo entonces funcionaba como una empresa que invertía, «un concepto muy innovador en aquella época que fue muy necesario para arrancar», explica Cefia, hoy director técnico  de la Asociación Empresarial Eólica (AEE).

Tarifa vio levantarse el primer prototipo de aerogenerador, una máquina de 100 kilovatios de potencia que financió el Ministerio de Industria en 1981, un alcance mínimo si se compara con los 3,6 megavatios de potencia que ya generan las turbinas actuales y el 16% que aporta la eólica a la demanda de electricidad en España.

El avance de las renovables se debió al empuje emprendedor de quienes creían en las energías limpias en un momento en el que, como ahora no había trabajo, y al apoyo de determinadas figuras políticas.

De hecho, la conexión de los paneles solares fotovoltaicos a la red eléctrica llegó en un real decreto de 1998, entre otras razones porque la entonces directora general de Política Energética y Minas del Gobierno del PP, Carmen Becerril, «creía en ello», cuentan en la industria.

Pero no fue hasta 2004 cuando la fotovoltaica despegó como sector, aunque sin instalarse prácticamente ningún panel por falta de silicio, el material que sirve para fabricarlos. “Alemania también estaba en pleno desarrollo de su industria y demandaba mucho silicio, así que se empezaron a hacer proyectos, pero no se materializaban porque era carísimo’, recuerdan en el sector.

El continuo apoyo que con altos y bajos había recibido la industria de las renovables desde los ochenta se quebró en 2010, dos años después de que estallara el desordenado crecimiento de la fotovoltaica tras la normativa que en 2007 dio luz verde a generosas primas y desbocó un sector que hasta entonces se había preparado para crecer a fuego

lento. «Al cierre de 2006 había instalados l60 megavatios. Un año después, casi 700, pero es una pena que cuando ya es competitiva, se esté destruyendo», explican en el sector.

«Ha habido un cambio en la política hacia el otro lado; había una industria, aquí está la cadena de suministro, y se está desmantelando», concluye Ceña. Tras veinte años de éxito tecnológico y con un tejido industrial creado, las empresas ahora se marchan a buscar negocio fuera por el recorte continuo de los incentivos económicos, la falta de un marco normativo claro y el parón legislativo de medidas como el autoconsumo, que permitiría al usuario verter a la red el excedente de la electricidad limpia que genere.

Fuente: Especial Cinco Días. Sara Acosta

 

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